En diversas conversaciones con estudiantes de distintos niveles durante lo que lleva el año 2025 de clases, una inquietud se ha hecho recurrente: “En las pruebas no se puede preguntar”. Esta frase aún revela una práctica profundamente arraigada en las aulas y que merece ser revisada críticamente. ¿Qué sentido tiene prohibir las preguntas en un contexto evaluativo? ¿Qué buscamos con esta medida: fomentar la autonomía o evaluar el aprendizaje? ¿Y cuál es su real impacto en los estudiantes? a escribir aquí...
El mito de la autonomía evaluativa.
Desde el discurso pedagógico, muchas veces se ha defendido la restricción de preguntas durante una evaluación como una manera de fomentar la autonomía. Se argumenta que los estudiantes deben demostrar lo que saben sin mediaciones, como una forma de garantizar que el conocimiento se ha internalizado. Sin embargo, esta lógica muchas veces se confunde con una práctica que poco tiene de pedagógica, pero sí mucho de control.
La autonomía, entendida desde un enfoque educativo, no debiera implicar el silencio forzado (porque el prohibir implica que está forzado) ni el aislamiento total del estudiante. Esa autonomía tan deseada por los docentes, se debe construir desde la interacción, en la posibilidad de recurrir a estrategias, herramientas y apoyos que favorezcan la comprensión. Impedir que un estudiante aclare o pregunte, solo genera sentimientos de frustración, genera miedo al error, desconcierto y desmotivación.
Evaluar no es controlar, es comprender el aprendizaje.
Las evaluaciones, en su esencia, debieran ser oportunidades para entender cómo y cuánto han aprendido nuestros estudiantes, identificar qué estrategias han sido efectivas y qué aspectos requieren ser reforzados. Evaluar es una acción formativa, no una prueba de resistencia ni un filtro de quienes “sí entienden” y quienes “no”. ¿En qué momento evaluar se transformó en “dime lo que sabes o calla para siempre”?
Cuando se prohíbe preguntar, se asume erróneamente que todos los estudiantes interpretan las instrucciones de la misma forma, que todos manejan el lenguaje académico en igual medida y que las condiciones externas no influyen en el rendimiento. Esto invisibiliza la diversidad de formas de aprender y comunicar, afectando no solo el vínculo y las emociones, sino también todo el proceso de aprendizaje.Si lo miramos desde la adultez, nosotros mismos estamos en constante aprendizaje: estudiamos, nos perfeccionamos, asistimos a cursos y capacitaciones. Si en esos espacios nos dijeran que vamos a ser evaluados sin poder hacer preguntas, sin posibilidad de aclarar instrucciones y con comentarios que nos responsabilizan emocionalmente por fallar, ¿cómo nos sentiríamos? Probablemente ansiosos, frustrados, inseguros… y lo más probable, desmotivados. Si a los adultos esto nos parece injusto y poco respetuoso, ¿por qué hacerlo con niñas, niños y jóvenes que están en pleno proceso de formación?
¿Qué se genera en los estudiantes?
El mensaje que se transmite con la prohibición de preguntar durante las evaluaciones es claro: “No puedes buscar apoyo. Estás solo”. He visto cómo esta práctica instala el miedo al error, inhibe la posibilidad de reflexionar sobre lo que no se entiende, y desvaloriza la pregunta como una herramienta que es parte del aprendizaje.
Muchos estudiantes hoy expresan ansiedad frente a las evaluaciones, no por el contenido en sí, sino por la imposibilidad de aclarar dudas. Se sienten juzgados, no comprendidos, llegando incluso a explotar en llanto por intentar pedir acompañamiento siendo silenciados con frases como “si no estudió no es mi problema”, “ no puso atención en clases y ahora quiere que lo ayuden” entre muchas otras frases que nos comparten los estudiantes. Cuando el error no se convierte en una oportunidad de aprendizaje, se transforma en una barrera para avanzar.
¿Cómo enfrentamos este desafío?
Revaloricemos la pregunta como herramienta de aprendizaje: Las preguntas no deberían prohibirse, podemos diferenciar entre pedir la respuesta y pedir ayuda para comprender qué se nos está pidiendo,o bien recordar información generalizada.
Cambiar el enfoque de la evaluación, es decir, transitar desde una evaluación que genera miedo a otra que es parte del aprendizaje. No olvidar un factor fundamental; Escuchar a nuestros estudiantes: Sus experiencias y emociones frente a la evaluación son claves para mejorar nuestras prácticas. Preguntarles cómo viven las evaluaciones y qué necesitan para sentirse seguros y comprendidos, es el primer paso para transformarlas.
La evaluación es una de las herramientas más potentes que tenemos como docentes para acompañar el aprendizaje. Pero también puede ser una de las más violentas si se usa desde la rigidez. Permitamos que nuestras evaluaciones hablen de lo que verdaderamente importa: no solo del contenido, sino también de la comprensión, del apoyo, de la posibilidad de seguir aprendiendo siempre, sobre todo, recordemos que preguntar también es aprender.
Natalia Piaggio
Licenciada en educación / Educadora Diferencial